Reflexión de miércoles
Vivimos rodeados de pantallas, redes, algoritmos y dispositivos. Pero más que rodeados, vivimos dentro de ellos. La tecnología ya no es una herramienta externa: es el ambiente en el que respiramos, el tejido invisible de nuestras decisiones, emociones y vínculos. Este texto explora cómo el software se convirtió en la forma contemporánea del mundo.
Cuando todo funciona con software, ¿quién gobierna lo invisible?
Durante siglos pensamos la técnica como un conjunto de herramientas al servicio del ser humano. Sin embargo, en el siglo XXI esa relación se invirtió: ya no manejamos los instrumentos, sino que habitamos dentro de ellos. El sistema operativo —esa capa invisible de código que sostiene el funcionamiento del mundo digital— se convirtió en la nueva infraestructura de la existencia. No solo organiza las máquinas: organiza nuestras vidas.
1. La invisibilidad del poder tecnológico
Martin Heidegger lo advirtió en La pregunta por la técnica (1954): la esencia de la técnica no es instrumental, sino ontológica. No se trata solo de medios para fines, sino de una forma de revelar el mundo. Hoy esa revelación adopta la forma del dato: todo lo que no puede medirse tiende a desaparecer. La técnica contemporánea ya no se limita a ayudarnos; nos define, nos traduce, nos anticipa.
Lo más inquietante de este poder es su invisibilidad. Nadie “decide” los algoritmos que rigen la vida cotidiana, pero todos los seguimos. Desde los motores de búsqueda hasta los sistemas de recomendación, el poder técnico opera sin rostro. Como diría Bruno Latour, las máquinas se volvieron actores sociales: participan, median, intervienen. El problema no es su existencia, sino que no las percibimos como parte de la política.
2. El código como ontología
Gilbert Simondon sostenía que comprender una máquina es comprender su génesis. Hoy esa génesis está en el código: líneas de texto que determinan qué puede y qué no puede hacer un cuerpo, un sistema, una ciudad. El código es la nueva gramática de lo real. Escribe las reglas que antes pertenecían a la física o a la moral.
Donna Haraway, en su Manifiesto Cyborg, propuso superar la frontera entre lo humano y lo técnico. El “cyborg” no es una fantasía futurista, sino nuestra condición presente: seres híbridos, ensamblados entre biología y algoritmo. Ya no usamos tecnología: somos tecnología. Y ese tránsito redefine la idea de libertad.
3. De Linux a la nube: el poder de lo anónimo
Linux, símbolo del conocimiento compartido, encarnó una ética de cooperación y autonomía. Pero su triunfo técnico se tradujo, paradójicamente, en dependencia social. Las grandes corporaciones —Amazon, Google, Microsoft— basan su infraestructura en Linux, pero la envuelven en un modelo cerrado. El código libre alimenta ecosistemas que privatizan la red.
Shoshana Zuboff describió este fenómeno como capitalismo de la vigilancia: los sistemas aprenden de nosotros y, en ese aprendizaje, nos gobiernan. Android, derivado de Linux, representa esa paradoja: libre en origen, controlado en la práctica. La promesa de apertura devino ecosistema de control. Lo mismo ocurre con la nube: un espacio público sostenido por arquitecturas privadas.
4. Ejemplos de un poder cotidiano
El teléfono inteligente es el laboratorio perfecto del nuevo orden tecnológico. Nos da acceso, pero también nos encierra. Cada gesto deja un rastro, cada desplazamiento una coordenada. No necesitamos que nos vigilen: colaboramos con nuestra vigilancia.
En los vehículos eléctricos, el propietario no posee realmente su máquina. Tesla puede activar o desactivar funciones a distancia; un coche puede “morir” por decisión remota. En las casas inteligentes, el confort se compra con privacidad: el hogar se convierte en sensor. Y en las inteligencias artificiales, la conversación se vuelve espejo: creemos dialogar, pero solo completamos patrones.
Estos ejemplos no hablan de distopías futuras, sino del presente. El sistema operativo del mundo ya está en marcha, y su poder no proviene de la coerción, sino de la conveniencia. El usuario libre es aquel que todavía no actualizó sus términos de servicio.
5. La humanidad delegada
Byung-Chul Han observa que el sujeto digital ya no es dominado por la autoridad externa, sino por la autoexplotación. Nos controlamos con la ilusión de libertad. “El sujeto del rendimiento se explota a sí mismo creyendo que se realiza.” Cada notificación es una microtarea emocional. Cada algoritmo, un espejo que nos devuelve una versión optimizada de nosotros mismos.
Delegamos la memoria en los dispositivos, la orientación en los mapas, la decisión en los sistemas de recomendación. La inteligencia artificial no roba empleos: roba tiempo, atención, sentido. Nos libera de pensar, pero también de experimentar. La dependencia técnica no se impone: se seduce.
6. Habitar el sistema
No existe un “afuera” de la tecnología. La desconexión es una fantasía pastoral. La verdadera libertad no consiste en escapar del sistema, sino en comprenderlo. Heidegger decía que la salvación solo puede surgir de donde acecha el peligro: la técnica puede revelar otra forma de habitar el mundo. Pero eso requiere conciencia, pedagogía y política.
La alfabetización del siglo XXI no es solo aprender a programar: es aprender a pensar el poder inscrito en el código. Linux demostró que otra manera de construir tecnología es posible. Ahora el desafío es construir otra manera de vivir dentro de ella.
“Ya no vivimos en un mundo con máquinas: vivimos dentro de ellas.”
Bibliografía orientativa
- Heidegger, Martin. La pregunta por la técnica. Editorial Anthropos, 1994.
- Simondon, Gilbert. El modo de existencia de los objetos técnicos. Cactus, 2013.
- Haraway, Donna. Manifiesto Cyborg. Madrid: Cátedra, 1995.
- Zuboff, Shoshana. The Age of Surveillance Capitalism. PublicAffairs, 2019.
- Han, Byung-Chul. La sociedad del cansancio. Herder, 2012.
- Latour, Bruno. Reensamblar lo social. Manantial, 2008.
Artículo previo de esta serie: Linux ganó: por qué el software libre gobierna el mundo sin estar en tu escritorio


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