Su discurso de confrontación permanente, la descalificación a aliados y la desconfianza hacia el Congreso representaban una visión casi antipolítica del poder:
la idea de que el cambio podía imponerse desde arriba, sin construir acuerdos ni reconocer límites institucionales.
Sin embargo, la realidad económica y política fue implacable. Las dificultades para gobernar con minorías, los retrocesos legislativos y la pérdida de aliados lo obligaron a reconsiderar su estrategia.
Milei parece comenzar a entender que la fortaleza del sistema no reside en la imposición, sino en el equilibrio de poderes y el diálogo:
principios consagrados por la Constitución que había desdeñado.
1. El límite constitucional al poder personalista
La Constitución argentina, inspirada en el pensamiento liberal que Milei reivindica, no defiende el poder absoluto sino el gobierno limitado y consensual.
El Presidente, al asumir, prometió respetarla, pero sus primeros actos —insultos a legisladores, desprecio por los partidos y tensiones con aliados— evidenciaron un rechazo práctico a ese pacto de convivencia.
El intento de gobernar por decreto y la retórica contra el Congreso no fueron solo errores tácticos, sino señales de un
desconocimiento del espíritu constitucional: la idea de que el poder se distribuye y se controla precisamente para evitar la arbitrariedad.
2. La política como construcción, no como cruzada
Milei descubrió que la realidad institucional argentina impone cooperación. Los “enemigos” que descalificaba resultaron ser los mismos actores con los que ahora necesita negociar para sostener la gobernabilidad.
La práctica política, con sus acuerdos y concesiones, no contradice la pureza ideológica: la complementa.
El pacto y la negociación son la manera en que una república canaliza los conflictos sin destruirse.
El presidente empieza a aceptar que la confrontación constante desgasta y que reconstruir vínculos con el Congreso, los gobernadores y hasta con sectores sociales
es una necesidad de Estado, no un gesto de debilidad.
3. El giro pragmático
El reciente acercamiento a figuras antes denostadas —aliados ocasionales, legisladores provinciales y parte del radicalismo— indica una revisión profunda.
Ya no alcanza con la épica del outsider: gobernar exige articular mayorías, y eso implica escuchar, corregir y ceder.
El cambio discursivo se traduce en gestos: menos insultos, más reuniones reservadas, mayor búsqueda de respaldo internacional y apertura a negociaciones con sectores productivos.
4. El retorno a los valores de la Constitución
Paradójicamente, este viraje puede devolver a Milei a las raíces del liberalismo político que siempre dice defender:
- División de poderes
- Respeto por el disenso
- Negociación como instrumento republicano
- Prudencia institucional frente a la improvisación
El verdadero respeto por la Constitución no está en citar a Alberdi, sino en practicar su espíritu de equilibrio y diálogo.
Si el Presidente consolida este aprendizaje, podría pasar de una política de conflicto permanente a una etapa de institucionalidad madura,
donde la fuerza del gobierno provenga no del grito, sino del consenso.
Conclusión
La experiencia muestra que el liderazgo eficaz no se mide por cuántos adversarios se derrota, sino por cuántos acuerdos se construyen.
Milei, tras meses de tensión y aislamiento, parece advertir que la Constitución no limita su poder: lo legitima.
El desafío, de aquí en más, será transformar ese aprendizaje en política de Estado.